Campos de Batalla

07.06.2009

por Rodrigo Alonso, (Crítico y curador) para muestra Bio/Barroco/Visceral, Galería Pabellón 4 Arte Contemporáneo.

Él Paraíso de Raquel: 150 x 150 cm, Acrílico sobre Tela, 2009
Él Paraíso de Raquel: 150 x 150 cm, Acrílico sobre Tela, 2009

Las telas de Paula Otegui son verdaderos campos de batalla. No sólo porque, literalmente, la artista representa con frecuencia a grupos humanos en disputa, sumidos en territorios plásticos más o menos pacíficos, más o menos caóticos, sino principalmente porque en ellas se producen otras luchas no menos evidentes: la eterna contienda entre lo gráfico y lo pictórico, entre la línea y la mancha, entre el trazo y el color.

Como una caja de resonancia, Otegui propaga las tensiones. Con una técnica impecable, superpone patrones figurativos, abstractos, geométricos, manchas, creando una trama visual compleja donde la mirada se abisma. Para esto echa mano a toda una serie de recursos plásticos, contenidos por una composición estricta que evita toda dispersión. Una marcada tendencia al monocromo o al uso de una paleta ascética, perfectamente equilibrada, pone en evidencia su gusto por la armonía y el control, apenas trastocado por el dinamismo de las escenas que representa.

Por otra parte, la superposición constante -de recursos, de figuras- genera una relación ambigua entre bi y tridimensión. Algunas telas, de tratamiento monocromo y dibujo uniforme, son prácticamente planas; otras presentan una profundidad notoria, con claroscuros violentos o figuras en primerísimo plano que postergan el resto de la composición. Hay una energía concentrada en la mayoría de ellas, a veces de manera contundente, como cuando las masas humanas confluyen en estructuras definidas; otras veces es más bien una energía orgánica que surge del tumulto, de su irrefrenable actividad.

Las masas están formadas por personajes que llevan a cabo acciones simples, aunque no siempre reconocibles, ligados íntimamente en el fragor de sus propios actos. Sus actitudes van de la ternura a la violencia, de la banalidad a la perversión. La complejidad de los escenarios invita a la exploración, requiriendo una complicidad también activa por parte del espectador, que debe bucear en las profundidades de esa geografía humana. Recorrer toda la trama de estas acciones involucra un tiempo que necesariamente forma parte de la propuesta plástica, y que vuelve a conmover los límites de la pintura, como lo hiciera antes el dibujo.

Todavía existe una tensión más: la que conecta las partes con el todo. Su presencia es innegable en cada una de las telas. La familiaridad de los personajes pugna por involucrarnos en sus actividades, en su mundo gráfico, en sus asuntos cotidianos, en su lucha singular. A la manera de un contrapunto, la composición nos convoca hacia el planteo plástico general, que se impone con fuerza debido a su cuidada organización. El detalle de las figuras empuja hacia la valoración de lo mínimo, del micromundo figurativo; la macroestructura compositiva invita a la contemplación de las formas que se desprenden, a veces de inmediato y otras tras una observación prolongada, pero que siempre están allí.

Finalmente, una última tensión confronta plasticidad y narratividad. Hay un planteo narrativo claro en las acciones que realizan los personajes, que pueden leerse casi sin dificultad. En contraposición, el planteo formal es más ambiguo. Por momentos, unas figuras geométricas extemporáneas atraviesan la composición, creando un conflicto visual; otras veces es el tratamiento pictórico de los fondos el que aporta al conflicto.

Cada núcleo de tensión es a la vez un centro de estímulo, plástico y visual. Cada elemento es la ocasión de un hallazgo o un encuentro. Sin dudas, el motor principal de las pinturas de Otegui es la búsqueda. Y en cada una de sus telas la artista nos invita, gentilmente, a acompañarla.